Diario de una escritora: El menú

No esperéis una genialidad. Ni siquiera coherencia.
Al fin y al cabo, estas son solo tres páginas de mi diario.
Real, de carne y hueso. Con sus virtudes y sus defectos. Sin filtro ni corrección.
Es algo así como si vinieras a mi casa y abrieras mi diario por el último día.
Así de bochornoso.
Así de íntimo.
Así de real.
Os comparto, por primera vez, unas páginas de mi diario.

09.Nov.25

«Poco a poco. 

Me voy dando cuenta de que voy llegando al final de este cuaderno de páginas matutinas.

Cada día unas páginas. Tres. Ni más ni menos. A cada día le toca lo que le toca.

Anoche volvió a mí la idea de Circus al ver la ilustración de un libro de arte, Carousel, y una frase en la descripción: El olor a caramelo.

Llevo ya varias ideas encima y me impaciento por hacerlas nacer. 

Paso a paso, una vez más. Poco a poco. De una en una.

Y, mientras, a disfrutar la más excéntrica y difícil de todas las tareas: Disfrutar del proceso.

A menudo disfruto con lo que será, con la idea, me sumerjo en la ensoñación, y el proceso en sí y su disfrute me parece demasiado terrenal. Lento.

Al imaginar, puedo ir de adelante a atrás, del principio al final. Del final al principio.

Imaginar solo un poquito de esto y mucho de aquello. Todo a demanda. Un verdadero bufé libre de la imaginación.

Sin embargo, al aterrizarlas en el mundo real, en lo terrenal, se convierte en algo más serio y ordenado. Un menú con primero, segundo y postre. Nada de probarlo todo, de ir picoteando aquí y allá.

Y yo, a veces caprichosa, quizá solo con alma de artista, me apago en la rutina, en la rigidez y la monotonía de comerme un solo plato de principio a fin antes de pasar al segundo. 

Comienzo a plantearme que quizá no elegí bien. Que prefiero empezar por el segundo. Que el plato de mi acompañante tiene mejor pinta que el mío, o que simplemente parece disfrutarlo más que yo.

Acabo atiborrada de un menú demasiado abundante, y al llegar al postre, al desenlace de la historia, me siento tan llena que me cuesta pensar.

Que me precipito en los finales, dicen algunos.

No se lo niego. Es posible. Pero es que me quedé sin ganas de comer, o de escribir, y ambas cosas me parecen totalmente fabulosas si se hacen con ganas, y un absoluto tedio con el estómago lleno.

Las palabras no me saben igual, y solo quiero levantarme y echarme un rato para hacer la digestión de una comida demasiado pesada.

¿Qué hago yo en ese caso? Porque comer quiero seguir comiendo, al igual que pretendo seguir escribiendo.

Reducir las raciones tal vez. Historias más cortas. Pero entonces viene el miedo a quedarme corta, a no contar lo suficiente. A que no te sacie y me falte contexto. A que llegue sin espacio al…»

Me quedé sin espacio. Tres páginas. Ni más ni menos. 

Gracias por venir a El Palomar, refugio de todos los que tenemos la cabeza llena de pájaros. Y recuerda:

¡A volar sin miedo y a soñar sin límites!

Paloma.

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